domingo, 23 de octubre de 2011

Espejo

Todo comenzó en un espejo. 

Ahí en un escenario con un cielo sin nubes, la superficie se perdía hasta que se confundía en el horizonte. Le desconcertaba que no hubiera nada más que aquel horizonte. Cuando descubrió que se encontraba en el lugar de su alma donde deberían estar sus sueños se asustó. Del miedo pasó al pánico. ¿Porque no se reflejaba cuando miraba a sus pies? No era capaz de verse a si mismo. ¿No era nada? ¿No era nadie? Aquella noche despertó con un grito, la frente sudorosa y la manta por el suelo.

Otras noches volvería a viajar a ese lugar. No obstante, sostenía una katana, la misma del pacto que había hecho con su Dios. Moriría por el corte de esa espada, un corte autoinfringido, pero no por ello no meditado. Lleva toda la vida esperando ese corte, pero no era todavía el momento. Comprendió que para verse en el reflejo de aquel espejo necesitaba tener algo más que aquella espada. Y llenó aquella superficie de risas de gente que solían importarle, de olores de comidas, de sueños que sabía nunca se realizarían. El miedo apaciguó.

Hoy, años después, rompió. Quebró la pared que retenía una furia acumulada de algún desconocido rincón del alma. Y retornó al espejo, esta vez sólo, esta vez sin arma, pero podía verse reflejado en la superficie. No le gustó el aspecto que tenía. Pero esta vez estaba despierto y sabía lo que tenía que hacer. Café, galletas y amigos. No les diría nada, salvo perdón. No había más que decir. Sólo los necesita cerca.